jueves, 9 de mayo de 2013

XXVI (Antonio Colinas)


Ese hombre con casaca, que regresa a su hogar
con un libro y con plantas, a través de la senda
de un bosque umbroso, quiere instaurar también él
en el mundo otro orden: el de lo natural.
Ha jurado que nunca, ni por las armas, va
a dejar de ser libre, que la Razón será
otro sol en la mente tenebrosa del hombre.
En el centro del bosque, en el centro del mundo,
¿es el rey clamoroso de sí mismo o tan sólo
una pieza a cazar herida por los perros
que escriben y que mienten contra él en las ciudades?
¿Presiente en ese aire cristalino las nieves
de otro invierno o se entrega a la fiebre otoñal
de la tierra en las hojas corruptas, en las aves
que, regresando al sur le vacían el alma?
La noche va cayendo y él prolonga el paseo,
va silbando unas notas de Rameau, va pensando
que jamás amarán la realidad sus nervios,
que, como a Ovidio, siempre le tendrán por un bárbaro
por la simple razón de que no le comprenden.
Y quisiera dejar de ser un solitario,
sentir seco un disparo en su sien ya canosa,
pero se sabe parte de la naturaleza
y en ella goza paz infinita , secreta,
Y es sabio al susurrar, mientras ve entre los árboles
el humo de su hogar, las primeras estrellas:
“¿Pero qué yugo pueden imponerle a un hombre
 que, como yo, no tiene necesidad de nada?”

"Noche más allá de la noche" (1980-1981)

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