No
siempre estaremos aquí,
y
seguirán estallando de color las flores,
y a
lo largo del camino amapolas
teñirán
de Renoir las cunetas.
Abandonarán
el cuidado los enfermos
y
conductores ebrios llegarán a salvo,
cruzarán
niños solos los semáforos
sin
que una brizna de hierba los roce.
Quisimos
controlarlo todo,
evitarles
rasguños, llantos, lesiones,
y
llegaron lluvias, tempestades, zarpazos.
Asistimos
tras un cristal antibalas
a
la selva de susurros y venganzas.
Nada
pudimos hacer, nada podremos
más
que esperar sentados
a
que el teléfono
nos
tranquilice con su sobresalto.
Confiemos
ciegos en la bondad del mundo,
del
que ni tú ni yo fuimos cómplices,
porque
vigilar a todas horas
no
hizo sanar ninguna herida.
Cuando
ya no estemos, porque ya no estamos,
seguirán
girando a la deriva,
el
azar, lo necesario,
los
fuegos artificiales y los sapos.
La
lista de pendientes nunca acaba,
aprender
a nadar, a gatear y deslizarse,
a
atarse los zapatos, a dormir a pierna suelta,
a
cuidar del aire que respiran,
mantener
el orden de calcetines y de libros,
usar
ibuprofeno y fallar canastas,
aprender
a sudar y a suspirar cuando alguien mira.
Tendremos,
eso sí, que hilvanar sus historias,
los
juegos y los regresos, los testigos y las sombras.
Atesoraremos
para ellos las fotografías
para
que cobren sentido en sus memorias.
Guardaremos
en cajas fuertes sus agonías,
pesadillas
de andar por casa y sus pequeñas sorpresas,
aquellas
que puedan ruborizarlos con el tiempo.
No
necesitamos mapas con pistas porque
nosotros
mismos enterramos sus secretos.
Aprenderán,
como aprendimos,
a
maldecir con voz en grito, a insultar entre dientes,
y
seguirán las amapolas
brotando
entre las zarzas.
"Las gramáticas del tiempo" (2017)